jueves, 28 de agosto de 2025

¿Quién es Lolita?

Antes de comenzar a escribir de lo que significa Lolita, haré una pequeña introducción de por qué este espacio de reflexión ha sido redescubierto y cuál será su propósito de hoy en adelante. Con mucha emoción escribo mi primer artículo después de tantos años. La verdad es que había olvidado que este blog lo creamos en el 2008 para contar las experiencias e historias de nuestra vida de este lado del mundo. Y bueno, por cosas del destino, quedó en el olvido.

Ahora, después de tanto tiempo, lo vamos a reactivar. Contaremos cualquier cosa que nos pase, reflexiones de la vida, encuentros, momentos, que se yo, lo que se nos venga a la cabeza que queramos dejar escrito para la eternidad.

Por cierto, no me considero una escritora, para nada. Estoy muy lejos de serlo. Pero este año, por razones ajenas que no vienen al caso comentar, he comenzado a escribirle a un amigo con el que no puedo conversar, sólo nos contactamos por cartas. Entonces, le he contado cosas que me han pasado, anécdotas, historias, reflexiones, lo que se me venga a la cabeza. Y él me ha insistido que debería comenzar a escribir con regularidad, porque cuando lee lo que escribo, siente que está hablando conmigo. Me dice, “wow Cristina, escribes como hablas, es como estarte escuchando”. Y bueno, casualmente descubrí este espacio que estaba bien escondido, esperando ser descubierto.

Ahora sí, a lo que vengo: Lolita

Lolita representa a la mujer suramericana que migró a Australia hace tal vez unos 50 o 60 años (la verdad no lo sé) con su marido y dos hijos varones, y que por razones que desconozco, tuvo que criar a sus hijos ella sola. Trabajó muchos años manejando un tranvía. Ella nos contaba que trabaja muy duro para mantener a sus dos hijos y que nunca fue nada fácil para ella. A Lolita la conocí hace tal vez unos 13-14 años, en la Iglesia de la comunidad hispana de Santa Brígida. Ella era no sólo la sacristana, era la que limpiaba la iglesia y los baños y organizaba el saloncito para el cafecito y las galletas. Siempre estaba feliz, sonreía con nosotros y nos echaba cuentos. Le gustaba mucho escucharnos cantar, decía que alegrábamos la misa y nos pedía que fuéramos todos los sábados. Era, y lo sigue siendo, una mujer muy detallista. Se fijaba en la ropa, el cabello los zarcillos y siempre me decía, con su acento uruguayo, “pero mirá que bella que estás, con ese cabello, esos ojos, ese collar, tu marido debe estar muy orgulloso de ti”. Ella siempre estaba muy bien arreglada, maquillada, usaba prendas, nunca desarreglada. Mejor dicho, siempre fue una mujer que andaba de punta en blanco. Y, por cierto, le encantaba también halagar a los chicos guapos. A mí me parece que en ese sentido fue bien pícara.

Le gustaba mucho abrazarnos y a mí también me gustaba abrazarla, siempre la apretaba duro. Ella estaba tan sola, decía que sus hijos casi no la visitaban y que casi nunca veía a sus nietos. Así que el trabajo en la iglesia para la comunidad hispana era su distracción. Después de unos años ella comenzó a sentirse desplazada por la gente más joven que participaba activamente en las actividades de la iglesia. Se quejaba porque no la involucraban. Yo me daba cuenta de que ella lo que no quería era que la apartaran, pues dedicaba su vida a todos nosotros. Ese era su mundo, su todo. Supe que tuvo dos accidentes de tránsito bastante graves. Llegó un momento que ya no podía vivir sola. Tuvo una infección fuerte en un ojo y no se curaba porque olvidaba tomarse las pastillas, cuando la llamaba me decía que seguía con el problema en el ojo. Luego no supe más de ella, pasó bastante tiempo y le perdí la pista.

Hace poco y gracias a mi amiga Maria Eugenia supe que está en una casa de retiro cerca de donde yo vivo, eso me alegró mucho. Lo triste es que ya no reconoce a nadie. Recuerda su pasado, aunque se confunde, sabe que tiene dos hijos, que manejaba un tranvía y que iba a la iglesia con regularidad. Pero su cabecita ya no recuerda nada del presente ni de los años recientes y todo se le enreda. Piensa que su mamá la va a ir a visitar. Hace poco organizamos una visita con varias amigas y me llevé la guitarra. Ella estaba tan feliz, parecía una niña con juguetes nuevos. Cantamos varias canciones que solíamos cantar en misa, y lo más increíble es que ella recordaba el coro. Hasta cantamos la ranchera El Rey y ella cantaba también. Fue lindo poder verla y hacerla pasar un rato feliz. Yo tenía varios años queriendo dedicar un espacio de mi tiempo a alguien que estuviera necesitando esa compañía, que necesitara amor y ratos de felicidad, y bueno, ahora es el momento de retribuir a Lolita todo el amor y el servicio que le dio a su comunidad.

Yo, particularmente le quiero agradecer por darme esta oportunidad de demostrar amor sin esperar nada a cambio. Estar tan lejos de nuestros padres y abuelos nos deja esa sensación de que siempre pudimos hacer más por ellos, que no estuvimos cuando más nos necesitaban y a mi me crea un vacío que ahora podré llenar cada vez que la visite.

Gracias Dios por cruzar a Lolita en mi camino.