lunes, 2 de noviembre de 2009

Diálogos de mala vecindad

(Aporía de la justicia)

Por Atanasio Alegre

Los dos estaban a la puerta del granero, uno esperando a que el otro se durmiera para poder entrar sin ser visto y aquél, con ganas de que el acechante se decidiera a traspasar el umbral.
A uno le interesaba lo que había dentro del granero relativamente; al otro, sustancialmente, porque esa era la base de su alimentación y a eso iba, porque corrían malos tiempos. Así las cosas, sucedió lo que tenía que suceder, el viejo gato, que preservaba de ratas y otras alimañas al granero, haciéndose, de momento, el dormido, vio que un gallo muy pausadamente, deslizándose como quien lo hace en dos acometidas, acababa de hacer su entrada en el granero. El gato, acto seguido, se desperezó, entró y cerró la puerta por dentro.
¿Por que me cierras la puerta, si lo que tienes que hacer es simplemente espantarme y ocuparte de las ratas y ratones que constituyen la amenaza habitual?
Lo que pasa es que para mí los tiempos son difíciles y el hambre no me da tregua.
¿No vas a querer decir con eso que vas a saciarla conmigo? Para eso he cerrado la puerta para que me sirvas de alimento sin dejar constancia de haber sido yo el culpable de tu desaparición.
Las cosas no pueden ser así, hay que hablar.
Pues tomaré yo primero la palabra. Y debo decirte, señor gallo, que tú causas gran daño e inquietud a la humanidad no dejando dormir a nadie, sino despertando en lo mejor del sueño a unos y a otros con tan negro cantar…
A esto replicó el gallo: eso, lo hago yo en servicio de la república y por el bien de todos y merecería que me dieran un salario pues despierto a menestrales, labradores, jornaleros y hasta a las gentes de armas para que toquen sus dianas y acudan a sus trabajos y labores; despierto también a los hombres ricos para que, si hay ladrones, los sientan y a las señoras para que las criadas no les hagan algún mal recado.
Pero al gato era duro de convencer.
Pues te digo que aunque todo lo que dices te sirviera de disculpa y justificación, mereces la muerte por vivir abarraganado, tienes un mundo de amigas y muchas de ellas son tus parientes, con lo cual das mal ejemplo y mucho escándalo al mundo y no está bien que viva bien quien es tan malo.
Pero eso- dijo el gallo- lo hago por acrecentar nuestra raza y de ahí se siguen al mundo innumerables bienes para fiestas y regocijos en la ciudad o en el campo. Para los enfermos para los débiles y flacos y aun para lo regalones y amigos de placeres, proveo de gallinas, pollos, huevos…
Labia de bachiller y un buen dominio de las formas de argumentación que sirven como contrapunto a mis razones no te faltan, pero yo he leído en mis libros que si tienes en la mano un pájaro, no lo sueltes, porque ya no volverás a disponer nuevamente de él cuando quieras, de modo que por mucha razón y justicia que tengais, he determinado regalarme con vos y darme un hartazgo, esa es la razón que me impulsó a cerrar la puerta con llave que es la que va a prevalecer por encima de tus disculpas y de tus sofisticados razonamientos..
Hoy día no todos los anímales hablan y menos de corrido, tal como lo hacen estos dos ejemplares a los que se trae aquí a colación, porque hubo una época en que eran ellos, los animales, quienes evitaban a los humanos muchas horas de prédica y de inútiles razonamientos. Eso sucedía por los tiempos en que los humanistas desbordaron el mundo conocido y para salir del oscurantismo de los tiempos medievales, tiempos a los que les empujó aquel movimiento conocido como el Renacimiento- de implantación tan peligrosa, por cierto, en la España de los Austria- se ponía en boca de animales lo que querían decir los humanos. Esa fue una época, al menos en el idioma castellano, (y aquí está bien traída la palabra) en que desde estos diálogos entre animales se dio el salto a la novela. Eso es lo que dice, al menos, Don Marcelino Menédez y Pelayo- de cuyo nacimiento se conmemora en estos días ciento cincuenta años-. Pues bien, este polígrafo simpar en las letras españolas, asegura que los orígenes de la novela en castellano hay que buscarlos en el FABVLARIO de Sebastián Mey, editado en la Imprenta de Felipe Mey en Valencia, España, el veinte de enero de 1613.
Sebastián Mey mismo se encarga de hacer saber que “el fabvlario contiene fábvlas y cuentos diferentes, algunos nuevos y parte sacados de otros autores”.
El episodio de la muerte del gallo en garras del gato viene de ahí, con lo que se demuestra la continuidad en el tiempo de ardides y artimañas, presentes desde tan antiguo en la política y en otras artes en las que no se respeta ni la convivencia humana ni la vida misma con los que deberíamos estar llamados a convivir. Por este camino, en el terreno de la regulación de las costumbres y de las relaciones humanas cada vez va habiendo menos secretos. Tal vez el secreto del secreto no es otro que la inexistencia del secreto, eso es, al menos, lo que, cinco siglos después de Don Sebastián Mey, afirma hoy el filósofo francés Monsieur Jean Baudrillard.-